quarta-feira, 29 de setembro de 2010

La muerte de Euclides da Cunha y el proceso de Dilermando


LOS AUTOS DEL PROCESO (fragmento)

Un escándalo ocurrido en la ciudad de Rio de Janeiro de comienzos del siglo XX, con repercusiones por todo el país, fue la muerte violenta de uno de los más ilustres ciudadanos brasileños en una intriga de adulterio, en 1909. La víctima fue Euclides da Cunha, autor de Os sertões, miembro de la Academia Brasileña de Letras y del Instituto Histórico y Geográfico, corresponsal y amigo personal de la elite del país.
El inicio de la historia se remonta a un casamiento inarmónico entre el entonces joven escritor y Ana Emilia Solon Ribeiro, conocida como doña Saninha, hija del mayor y después general Frederico Solon Sampaio Ribeiro, miembro del selecto puñado de militares que proclamara la República. Con el tiempo, y a pesar del nacimiento de los hijos, las desavenencias se acentuarían. Agréguese que todo el affaire transcurrió entre militares, y de más de una generación.
El estremecimiento entre los cónyuges se convierte en notición cuando Euclides pasa más de un año fuera a cargo de una expedición de reconocimiento en Alto Purus, en la Amazonia, y al volver se depara con que la esposa está embarazada. El retoño había sido engendrado por Dilermando de Assis, cadete del ejército. Algún tiempo después de su regreso, y enterado de todo, Euclides se dirige a la casa de Dilermando con un revólver en la mano y ya entra disparando. Pero Dilermando lo fulminó con un tiro certero. Preso y procesado, a pesar de ser execrado por el país entero, Dilermando fue declarado inocente, ya que había sido agredido en su propia casa, que Euclides había invadido, y había ejercido el derecho de legítima defensa.
Los Autos del Proceso de Dilermando, que ya cumplen casi un siglo, no han sido publicados hasta hoy debido a su contenido sulfuroso, que desciende a intrigas de alcoba. Y especialmente porque, como es costumbre en tales acusaciones, el reo –así como doña Saninha-, para defenderse, testificó cosas embarazosas contra la famosa víctima. Algunas citas del proceso han sido estampadas en las páginas de varias piezas de autodefensa que Dirlermando de Assis escribiría más tarde en libros y periódicos. Por todo eso, aunque en primer lugar por su carácter inédito, su publicación integral resulta de enorme interés histórico, además de constituir una contribución a los estudios euclidianos.

Euclides y Dilermando: dos hombres, ambos oficiales del ejército, cuya ruta de colisión nadie había previsto, pero que a pesar de tener mucho en común, como veremos, recorrerían caminos diferentes.
Dilermando Cândido de Assis, futuro oficial, pertenecía a una familia de militares gauchos. Su padre, João Cândido de Assis, había sido teniente de caballería en Rio Grande do Sul; su tío y padrino José Pachedo de Assis era mayor del ejército, había luchado en la Guerra de Canudos y aparece mencionado en Os sertões; su hermano Dinorah, en el momento de la tragedia, era aspirante de la marina.
Cuando era cadete de la Escuela Militar de Rio, donde se instalara en 1903, Dilermando participó de la Revolta da Vacina (1904) [Rebelión de la Vacuna], por lo cual sufrió el castigo de expulsión, que había sido impuesto a todos los alumnos. Mientras aguardaba el indulto, Dilermando residía en São Paulo, en casa de Joaquim Nicolau Ratto, su tío materno y tutor de los dos hijos de Euclides. Dos de sus tías maternas, Angélica y Lucinda Ratto residían en la misma casa.
Cuando recibió el indulto en 1906 se reintegró al curso de formación de oficiales en Porto Alegre. Nacido en 1888, tenía diecisiete años cuando conoció a doña Saninha, en São Paulo. Era alto, rubio y de ojos verdes. Haría carrera como oficial de caballería, sería eximio en varios deportes, inclusive consagrándose como campeón de tiro al blanco del ejército, y pasaría a la reserva como general. Entre otros pasos de su carrera, sería secretario de Vías y Obras Públicas del Estado de São Paulo durante el gobierno del general gaucho Valdomiro Lima, interventor en dicho estado después de la Revolución de 1932.

De regreso de Acre, ausente durante trece meses, Euclides encuentra a doña Saninha con seis meses de embarazo. Al término del mismo daría a luz a Mauro, que viviría apenas una semana. Nuevamente queda embarazada y da a luz a Luiz, al cual, según el gran amigo Coelho Neto, Euclides llamaba “una espiga de maíz en medio del cafetal”. Luiz salió al padre biológico, rubio y blanco, mientras que los hijos de Euclides –Solon, Euclides Filho y Manoel Afonso- eran morenos de ojos oscuros como él mismo.
Dilermando y doña Saninha se conocieron en São Paulo en 1905, cuando llevó a los hijos Solon y Quidinho para internarlos en un colegio. Se hospedó en casa de Joaquim Nicolau Ratto, tutor de los dos niños y allí pasaría casi todo el año de 1905.
Ambos renovarían su amistad en Rio, amistad que se transformaría en pasión durante la ausencia de Euclides. Desde el regreso de Euclides hasta su muerte, los tres vivieron un conflicto marcado por varias situaciones extremas.
El duelo en que Euclides encontró la muerte, el día 15 de agosto de 1909, ocurrió en el recinto de la casa de Dilermando, en el suburbio carioca de Piedade. Doña Saninha había abandonado el hogar y se encontraba allá. El marido fue a buscarla y, antes de morir baleado por Dilermando, acertó dos tiros en el adversario y otro más en su hermano Dinorah, atleta y jugador de fútbol, que terminaría sus días en una silla de ruedas y acabaría por suicidarse a los 32 años.
Preso Dilermando y sometido al Tribunal del Jurado de la Justicia Civil, su abogado el criminalista Evaristo de Morais desarrolló la tesis de legítima defensa, como se puede seguir en los Autos. Finalmente en 1911 sería absuelto y una apelación de la acusación al Supremo Tribunal redundaría en la confirmación de la sentencia.
También data de 1911 una larga polémica pública sobre la tragedia, llevada a cabo por el primo hermano de Euclides, Nestor da Cunha, en la cual defiende al escritor de las revelaciones suscitadas durante el proceso. La serie de artículos fue publicada en la Gazeta da Tarde, de Rio, los días 8, 9, 10, 15, 16, 17, 19 de mayo y 12 de junio de 1911, con el título “Pela memoria de Euclides da Cunha” [En memoria de Euclides da Cunha].
Dilermando y doña Saninha se casarían enseguida y tendrían más hijos, cinco en total, contando con los anteriores: Judith, Laura, Frederico, João y Luiz. De estos dos últimos, ambos hijos de Dilermando, Luiz nació durante la vigencia del matrimonio anterior y João tenía diez meses cuando se casaron. Su hija Judith de Assis cuenta que más tarde, cuando Dilermando abandonó a doña Saninha por otra mujer, ésta reunió a los hijos y abandonó Rio de Janeiro para instalarse en Paquetá.
Pero la historia no termina ahí, habría una continuación. El 4 de julio de 1916, cerca de siete años después del tiroteo, Euclides da Cunha Filho, también militar, aspirante de la marina, le apuntaría a Dilermando dentro de la notaría del 2º Oficio de la 1º Jurisdicción de Huérfanos, donde éste examinaba los papeles del litigio por la tutela de Manoel Afonso da Cunha, disputada por los familiares de Euclides. Dilermando, por segunda vez en legítima defensa, y a pesar de recibir varios disparos, mataría al hijo tal como había matado al padre.
Nuevo proceso y nueva absolución, con el Supremo Tribunal Militar corroborando la sentencia de la Auditoría de Guerra de la Capital Federal. Evaristo de Morais se encargó otra vez de la defensa, ahora ante la Justicia Militar, como lo hiciera anteriormente ante la Justicia Civil. Dilermando pasaría el resto de su vida tratando de rescatar su reputación, porque, aunque absuelto en ambos casos, no por ello se vio eximido de la execración pública, tamaño era el prestigio de Euclides, uno de los intelectuales más célebres del país. Durante toda su vida cargaría con cuatro balas en el cuerpo, dos del padre y dos del hijo, las cuales, debido a su peligrosa proximidad a los órganos vitales, no pudieron ser retiradas.
Con frecuencia Dilermando se presentaría en público, en circunstancias diversas, para tratar de recomponer el tejido rasgado de su existencia. No se debe minimizar la saña de los medios de comunicación que, ávidos de escarnecer, no lo dejaban en paz, queriendo y consiguiendo comprometerlo. Constituyen marcos de esa trayectoria los libros que escribió, las entrevistas que concedió, las declaraciones que hizo e inclusive los trámites que siguió para recuperar el arma con que ejecutó los disparos.
En 1916 publicó su defensa en el caso de la muerte de Euclides da Cunha Filho. En 1922, en la Exposición del Centenario de la Independencia, vio su revólver exhibido en una vidriera, con la frase: “Arma con que fue asesinado el dr. Euclides da Cunha, al lado de otra arma con aura, el puñal que mató por la espalda al general Pinheiro Machado. Dilermando entonces dirige un oficio al juez de la 5ª Jurisdicción Criminal pidiendo que el revólver le sea devuelto, como es su derecho. Y protesta contra las frases, pues conforme argumenta, asesinato y homicidio con agravantes y una muerte en legítima defensa, como el juez juzgó y sentenció en dos ocasiones, escapa a esa clasificación. El caso va para el Archivo Público y de ahí para el Museo Histórico, hasta parar en manos del ministro de Justicia. Pero Dilermando se aferra a sus derechos hasta que consigue recuperar el arma, según consta en el certificado con su firma.
Mientras tanto, el tiempo no devolvería a Dilermando la reconciliación anhelada. Surge entonces su entrevista con Francisco de Assis Barbosa en la revista Diretrizes del 6 de enero de 1941. En la misma, Dilermando rectifica versiones y se queja de que la prensa lo había condenado colectivamente, sin jamás dar espacio a sus razones ni aceptar su doble absolución por parte de la Justicia.
En 1948 aparecería una autobiografía, Un nome, uma vida, uma obra [Un nombre, una vida, una obra], que describe y documenta por extenso no sólo los acontecimientos, sino también la carrera y las honras que había recibido, con innumerables declaraciones de terceros y recortes de periódicos; todo esto cuarenta años después de los sucesos. Al año siguiente el Diário de São Paulo cedería sus páginas a un material de 47 capítulos, con texto de Carlos Cavalcanti y fotos de Orlando Machado, con el título general de “Por qué murió Euclides da Cunha”, incluyendo una larga declaración suya.
En 1951 escribiría A tragédia da Piedade – Mentiras e calúnias da “A vida dramática de Euclides da Cunha” [La tragedia de la Piedad – Mentiras y calumnias de “La vida dramática de Euclides da Cunha”]. El título hace alusión al barrio fluminense donde estaba ubicada la casa de los hermanos Assis, así como al libro de Elói Pontes, publicado años antes y que él trata de refutar.
Una última entrevista de Dilermando, en esta ocasión al reportero David Nasser de la revista O Cruzeiro en vísperas del casamiento de su hija Dirce, el 20 de octubre de 1951, es relatada por ésta en O pai. La hija cuenta cómo Dilermando, en su irrefrenable afán por rehabilitarse, se involucró en un material que mezcló su retrato vestida de novia con imágenes de la fusilería y de las varias familias implicadas. Conducida con sensacionalismo, exhibiendo a Dilermando en fotos de poco decoro, el torso desnudo para mostrar las cicatrices dejadas por los tiros de los dos Euclides, la entrevista tuvo consecuencias desastrosas. Y redundó en indignidades renovadas, exposición pública y un serio desentendimiento entre hija y padre. El título del artículo era “O crime de matar um deus” [El crimen de matar a un dios]. Tres semanas después Dilermando moriría.
El propio abogado de defensa Evaristo de Morais, al publicar en 1922 Reminiscências de um rábula criminalista [Recuerdos de un picapleitos criminalista], incluyó un capítulo contando su intervención en los dos infames procesos.
Hay que enfatizar que doña Saninha, aunque asediada por la prensa, nunca hizo declaraciones, revistiéndose de una reserva altiva. La hija Judith refiere que su madre, a pesar de blandir la amenaza de revelarlo todo en unas memorias que nunca se concretizaron, apenas una vez proporcionó informaciones a Diretrizes, el 30 de diciembre de 1946.


[Walnice Nogueira Galvão, Euclidiana. Ensaios sobre Euclides da Cunha, São Paulo: Companhia das Letras, 2009, pp. 134-140]

Traducción de IMA

segunda-feira, 27 de setembro de 2010

Un poema de Antonio Cícero


PRUEBA

Para José Miguel Wisnik

Trazada en rojo sangre, la nota, bajo
el triángulo rectángulo formado
por un pliegue en la esquina superior
derecha de la hoja de papel de oficio
pautado que soportara aquella prueba
final de matemática, lo desaprobaba.
Justa recompensa para quien en toda
clase escondiéndose en sí mismo, esquivo,
ensimismado aunque alienado
de sí, no reconoce nunca la imagen
pura que de él el duro espejo cifrado
de la matemática, al reflejar, refracta.
Se distrae oyendo sirenas, risas de mozas
allá lejos, autobuses, tranvías, bicicletas
huyendo de la escuela rumbo a nebulosos
destinos. Ve que olvidó la pluma.
Encuentra un pedazo de lápiz que con dientes
y uñas afila y, sordo a las leyes  
que alguien que no sea él mismo delibere-
genio, dios, demonio, ángel, monstruo o rey-,
se inclina sobre el cuaderno a emborronar
quizá una gramática especulativa
o una característica universal
excogitada por vía negativa
y abstrusa, y acintemente desprecia
los temas el curso los profesores
y alumnos que lo cercan y jamás capturan.
Suena la campanilla. Por los corredores
piensa en el padre, en la madre, en la abuela, en el vejamen
y en la decepción de todos. Su hastío
es enorme: desprecia la vida y la gravedad
con que la encaran. Pondera el suicidio
y se siente más leve. Puede lanzarse
desde la terraza del edificio del consultorio
de su dentista, alto sobre la ciudad.
Fuera de la escuela toma un helado un autobús
hasta la última parada, en el centro. Camina
hasta el edificio, toma el elevador
hasta el último piso, después incluso
sube un tramo de escalera y alcanza al
ocaso la ciudad ámbar a sus pies.
Decide escribir una carta o una nota
en el mismo papel de la prueba, pero dónde
está el lápiz? Lo ha soltado en la escuela.
Decide dejar el suicidio para otro
momento. Dobla el papel, desdobla,
dobla y lo suelta a dar vueltas, más vueltas, vueltas
arriba de todas las cosas, gaviota.

Traducción de IMA

Prefacio para el libro Não [No] de Augusto de Campos


El filósofo Ludwig Wittgenstein (que comparece a este libro intraducido en om / e. e. wittgenstein) dedicó toda su obra a la reflexión sobre los límites del lenguaje. Es famosa la aserción con que encierra su Tratactus Logico-Philosophicus: “De lo que no se puede hablar hay que callar”.
En el extremo más extremo de esa (im)posibilidad, que la filosofía o el discurso de siempre apenas señalan, sin alcanzar, emerge el lenguaje-cosa de Augusto de Campos.
Entre hablar y callar, sus poemas parecen decir lo indecible, por no tratar de decirlo, sino de realizarlo a través del lenguaje.
De esa condición limítrofe surgen las marcas de la negación que viene caracterizando su poesía hace muchos años –poetamenos, expoemas, despoesía, el quehacer de afasia, lo vacuo lo vacío lo blanco lo hueco, la canción sin voz, poesía sin placebo, sinsalida, nopoemas, no.
Tales señales de menos adquieren positividad a medida que los poemas se efectivan; minerales extraídos de rechazos a todos los excesos o facilidades.
¿Qué sobra después de sustraer tanto? Qué sumo esencia médula “hueso/sos? Augusto no responde, muestra. Como en não [no], que da título a este volumen, poema hecho del decir lo que no es poesía, en una secuencia de pequeños cuadrados blancos en las páginas negras que poco a poco van rarificando las columnas verticales del texto hasta el límite vertebral de la única línea “oesia” [oesía]. Como también en semsaída [sinsalida] estampado en la contraportada, que toma el mote más repetido por los antagonistas de la poesía concreta (que habría llevado a la poesía a un “beco sem saída” [callejón sin salida], expresión también citada/brindada en desplacebo), positivando su sentido, afirmando la potencia del desafío ante lo imposible.
semsaída recuerda a tudoestádito [todoestádicho] (1974), por lo que dice así como por la forma de descifrar que impone para que se llegue a lo que dice. Y también por la libre disposición de las frases, que pueden ser leídas en diferentes órdenes. En tudoestádito ese carácter lúdico se evidenciaba especialmente en la versión de Caixa Preta [Caja negra], de Julio Plaza y Augusto (1975), donde el poema venía impreso en seis hojas permutables. semsaída invita al juego mezclando frases en un laberinto al que se puede entrar a partir de diferentes direcciones.
Reverberaciones como esas son comunes en el trabajo de Augusto de Campos –poemas que parecen comentar, o completar, con intervalos de años, los unos a los otros. Podemos recordar los versos de la contraportada de Despoesia (1994) –“a flor flore/ a aranha tece/ o poeta poeta” [la flor flore /la araña teje/ el poeta poeta] –al leer “a cor/ cora/ a flor/ flora/ o ir/ vai/ o rir/ rói/ o amor/ mói/ o céu/ cai/ a dor/ dói” [el color/ colora/ la flor/ flora/ el ir/ va/ el reír/ roe/ el amor/ muele/ el cielo/ cae/ el dolor/ duele], en ferida [herida] (2001), donde la obviedad se convierte en extrañamiento. O asociar não (1990) a poesía (1998) -“nãoéphila / telianãoé / philantro / pianãoéph / ilosophia / nãoéegoph / iliaésome / ntepoesia” [noesfila/ telianoes/ filantro/ pianoesf/ ilosofía/ noesegof/ iliaessolame/ ntepoesía], donde sobresale semánticamente el “some” [solame] que encierra la penúltima línea. Y espelho [espejo] (1993) a desespelho (2000), que gira en torno del “o” [el] central (el “espejo” dentro y fuera del “ojo”), así como ruído [ruido] (1993), que a su vez remite a omesmosom [elmismosonido] (1989/1992).
El propio formato cuadrado de NÃO dialoga con Despoesía, así como su estructura, dividida en dos secciones de poemas, una de profilogramos y una de intraducciones.
Si por un lado tales recurrencias denotan una trayectoria de coherencia y fidelidad a un proyecto estético, por otro, la poesía de Augusto de Campos se caracteriza por la búsqueda incesante de nuevas soluciones formales –en las diferentes posibilidades de fragmentación del lenguaje; en la inauguración de sistemas de lectura, donde lo linear se abre a lo prismático; en los signos dentro de signos, donde varias alternativas disputan, por los cortes o junciones, el mismo espacio sintáctico (“sub/ir” en “subir” –paradoja de una única palabra-, “pulsa” en “ex/pulsa”, “ruído” en “dest/ruído”, “alenta” en “rapid/alenta/mente”, etc.); en la exploración constante de los procedimientos gráficos (el uso cada vez más refinado del color, disposición y selección de tipos que se relacionan de isomórficamente con los sentidos de los poemas y al mismo tiempo introducen obstáculos de lectura que son incorporados a su recepción), usados de forma estructural y no decorativa. Como si a cada paso conquistado fuese preciso buscar otro andar, sin reposo (“huyo de mí/ y presencio mi huída”, dice en “rapidalentamente”), cada descubrimiento formal alimenta el ansia de arriesgarse en otro proceso, otro límite, otra sensibilidad.
Es natural, por tanto, que Augusto busque en el repertorio de recursos digitales nuevas instigaciones para su expresión apur(depur)ada, procurando respuestas de lenguaje que hagan usos procedentes de esos medios, raramente integrados a la creación poética de forma tan compacta.
Si los frutos de ese enfrentamiento ya amplían las posibilidades gráficas del propio libro, en el CD-rom que lo acompaña podemos apreciar sus resultados aún más plenamente. En el mismo encontramos versiones animadas y sonorizadas que redimensionan poemas ya existentes, como caracol, ciudadcitycité, rever, entre otros, y creaciones realizadas especialmente para los recursos que las sostienen, como los morfogramas, los interpoemas y otros como criptocardiograma y sinsalida, que además de la ya admirable inserción de movimiento en la palabra escrita, sumada a su gracia sonora, incorporan además el aspecto de la interactividad con el receptor.
 Si la poesía concreta con su dimensión verbivocovisual ya señalaba experiencias de lenguaje avanzadas para los medios de la época (la sugerencia de movimiento ya aparecía, por ejemplo, en la composición tipológica de poemas como velocidad, de Ronaldo Azeredo, o infin, de Augusto, o en la secuencia gráfica de varias páginas como en sus cicatristeza o oeilfeujeu, así como en el organismo, de Décio Pignatari;  el aspecto interactivo también ya había sido anunciado en poema-objetos como lenguaviaje y todoestádicho, de Caja Negra), los recursos digitales parecen ahora idealmente adecuados a su espíritu de invención. Al explorar sus virtualidades en esos clip-poemas, Augusto de Campos demuestra que continúa explorando nuevos territorios de lenguaje, con inquietud determinada, cincuenta años después de la formación del grupo Noigandres.
Del menos al ex, del ex al des, del des al no, la poesía de Augusto renueva su afirmación.  

"Não", by Augusto de Campos, São Paulo, Editora Perspectiva, 2003
 

Por Arnaldo Antunes

Traducción de IMA


domingo, 26 de setembro de 2010

Dos poemas de Murilo Mendes


CANCIÓN DEL EXILIO

En mi tierra hay manzanares de California
donde cantan gorriones de Venecia.
Los poetas de mi tierra
son negros que viven en torres de amatista,
los sargentos del ejército son monistas, cubistas,
los filósofos son polacos vendiendo a plazos.
La gente no consigue dormir
Con tantos oradores y mosquitos.
Las peleas en familia tienen a la Gioconda por testigo.
Muero sofocado
En tierra extranjera.
Nuestras flores son más bonitas
nuestras frutas más sabrosas
pero la docena cuesta cien mil reis.

Ay si yo pudiera chupar una carambola de verdad
y oír un sabiá con certificado de edad!

(Poemas, 1930 en: PCP, p. 87)


PESQUERÍA

Fue a orillas del Ipiranga,
En medio de una pesquería.
Sintiéndose mal, D. Pedro
-Había comido demasiado cuscús-
Afloja la barriguilla
Y grita, verde de rabia:
“¡O me libro de este cólico
O me muero de una vez!”
El príncipe se ha aliviado,
Sale al camino cantando:
“Ya me siento independiente.
¡Huye! ¡Vi la muerte de cerca!
Vamos a cantar un fado
Para celebrar la nueva.”
La Tuna de Coimbra aparece
Con guitarras afinadas,
Pero las mulatas mimadas
Del Club Flor del Aguacate
Entran, firmes, en el baile
Con la voz apagan el fado,
Sonriendo, levantan las piernas…
Y la colonia brasileña
Se va de juerga.

(História do Brasil, In: PCP, p. 164-165)

Traducción de IMA

Treinta años después


I
¿Qué significan hoy, para los críticos y poetas que celebran la Semana Nacional de Poesía de Vanguardia, sus participantes de ayer –la gran mayoría entonces en plena juventud-, las conclusiones de ese coloquio, reunido en el sintético documento que elaboraron y firmaron hace treinta años?  Datado de la fase descollante de las vanguardias, el documento en cuestión, de contenido didáctico, a semejanza de las súmulas teóricas del concretismo comunes desde 1957, y tal vez el último de su género, es un manifiesto estético-poético que se combina con un programa de acción.

Ninguno de nosotros, sesentones remanentes del coloquio de 1963 cometería la ingenuidad  de proceder a la evaluación de esa carta de principios sin tomar en cuenta lo que ella representó en el período de su aparición y cuánto hemos cambiado en esos treinta años, a lo largo de los cuales la propia idea de vanguardia entró en receso, si no es que le ha llegado, como quiere Octavio Paz, la hora del ocaso. El tiempo transcurrido nos inclina, en la estación otoñal en que ingresamos, al distanciamiento reflexivo, refractario a eventuales intentos de recuperación nostálgica, y más propicio al juicio amable, complaciente, de una mirada irónica, tal vez burlona sobre el pasado. Sólo en ese espíritu se puede realizar el anhelado balance crítico de la Semana. No se trata ahora de saber si merece rechazo o aceptación lo que realizamos en la juventud, cuando “el tiempo cubre el suelo de un verde manto”, sino de encuadrarlo en una perspectiva histórica. Y al apreciar la Semana en ese encuadramiento es a nosotros mismos, a un segmento de nuestra biografía intelectual, a un modo de relacionarnos con el arte y con la poesía, que ponemos en balance. Al juzgar el evento de ayer en la celebración de hoy, también criticamos la voluntad o la vocación vanguardista de nuestra generación en su etapa de auge.

“Para todo su momento/ y tiempo para todo evento” (Qohélet, trad. de Haroldo de Campos). Al elogiarnos en ese pasaje del Qohélet, el momento de esa celebración correspondería a un evento distinto, sin relación con el primero que le dio origen. No obstante, en vez de separarlos, el tiempo rediseña el uno en el otro, el evento de otrora en el de ahora. Y a pesar de que aquél no se repita en éste, su conmemoración, manera colectiva de rememorarlo, de cierta forma lo recupera, episodio que fue, de nuestros convergentes cursos de vida, un sedimento estratigráfico de la experiencia común, generacional, nunca olvidada del todo. Nuestro primer encuentro ratifica ese distanciamiento que nos posibilitará reinterpretar el documento de 1963.

Básicamente, el manifiesto firmaba un pacto uniendo a los paulistas fundadores del concretismo, integrantes del grupo Noigandres (Augusto de Campos, Haroldo de Campos y Décio Pignatari), a los mineiros [de Minas Gerais] agrupados desde 1957 en la revista Tendência, encabezada por Affonso Ávila, Rui Mourão y Fábio Lucas que propugnaban una literatura de impronta nacional, apta para descubrir los contrastes de la diversificada realidad social del país y para despertar en los lectores la necesidad de superarlas políticamente. Affonso Ávila hizo extensiva a su poesía esta directiva, y fue él el idealizador de la unión, que Haroldo de Campos ayudó a articular, preludiada en el Congreso de Assis (1961), cuando Décio Pignatari anunció metafóricamente como “salto del jaguar" [pulo da onça] la nueva fase temática, discursiva y participante del grupo Noigandres. El pacto era, de hecho, un acuerdo entre dos vanguardias en frente amplio, el realismo crítico nacionalista de Tendência sensibilizado por la revolución de las formas del concretismo, y el internacionalismo concretista sensibilizado por la oposición nacionalista que  atrajo a la intelligentsia brasileña a finales de la década de 1950.

Mediante el conteo cronológico de las fechas extremas, 1963 y 1993, se puede estimar que los signatarios del documento conclusivo de la Semana ejemplifican, inclusive de manera ortodoxa, el esquema de la dinámica generacional de Ortega y Gasset: lo más nuevos, entre quince y treinta años, como los mineiros Affonso Romano de Sant´Anna, Márcio Sampaio, Olívio Tavares de Araujo, entre otros, y el paranaense Paulo Leiminski, se juntaban a los más viejos, como Laís Corrêa de Araújo, los directores de Tendência y los paulistas Haroldo de Campos, Augusto de Campos y Décio Pignatari, todos en la casa de los treinta, con excepción de Pedro Xisto, senectus sed non se nilis. A esa misma franja etaria pertenecían los críticos no poetas […]: el marañense Luiz Costa Lima, el pernambucano Roberto Pontual y el paraense Benedito Nunes, tres francotiradores, cada cual entonces con sólo media página de curriculum. Una tesis profesoral que después será mencionada, además de artículos sobre João Cabral de Melo Neto y Sousândrade recién descubierto, publicados en la Revista de Estudos Universitários de la Universidad de Pernambuco, de la cual era secretario, daba crédito al marañense, y extensos trabajos sobre poesía y artes plásticas en el SDJB (Suplemento Dominical del Jornal do Brasil) que escribiera el pernambucano, jerarca del neoconcretismo, subcorriente tempranamente desaparecida con la adhesión de Ferreira Gullar, su principal figura, al populismo de izquierda del Centro Popular de Cultura (CPC) de la UNE (União Nacional de Estudantes).

II
En cuanto a mí –y paso al […] yo memorialístico, a partir de ahora usado alternativamente con el nosotros generacional-, también de acuerdo, simpatizante de las dos alas, la invitación para el encuentro se debió más, creo yo, al inicio de mi amistad con Affonso y Haroldo durante el mencionado Coloquio de Assis –del cual fui congresista libre, sin tesis –que mis a veces demasiado largos, mal condimentados ensayos de crítica literaria publicados en el SDJB [Suplemento Dominical do Jornal do Brasil], los primeros gracias a la iniciativa de Mário Faustino. Fallecido en 1962, ese poeta-crítico, reconocidamente un aliado, estuvo presente in absentia durante la Semana. La visión de amplio y largo esfuerzo de “Poesia-Experiência”, folleto bajo su dirección insertado en aquel vivísimo suplemento dirigido por Reynaldo Jardim, me había preparado para acoger al concretismo, que Mário Faustino, ánimo polémico, pregonó.

Recuerdo cuánto contribuyeron a ello las ideas de “Diálogos de oficina”, súmula de la poética de “Poesia-Experiência”: la poesía como el lenguaje menos discursivo posible, presentando o presenteando en vez de representar el objeto; la defensa de la dignidad de la poesía, compitiendo, como interpretación del mundo, con el conocimiento analítico de la ciencia y, a la altura de la época, interconectado a las artes; deber, para el poeta, de depurar su lengua y de transvivir los problemas de su tiempo y de su sociedad. Para el concretismo, en su primera etapa, la crisis del verso, que Mário admitiría un poco más tarde en una retumbante apología de la nueva corriente (“[todo está parado en Inglaterra, en Rusia, en los Estados Unidos, en Alemania, en Italia, en Francia, en España, en Portugal, en la América española –que se sepa; […]”), llevaría, de acuerdo con la evolución de las técnicas audiovisuales, a la negación de lo discursivo, al poema en tanto objeto verbal presentificado simultáneamente a la vista y al oído: tan concreto como los signos gráficos y pictóricos en el espacio, desataría, sin embargo, el cuerpo de sus significados transeúntes en otro espacio invisible, imaginario. No obstante, lo que menos me interesaba era la entrada histórica de ese cuerpo, ya superación de la crisis del verso, en la red global de la comunicación de las formas, objeto útil, consumible, a fuerza de la “fisiognomonía de la época”, que lo colocaría en el mismo nivel de un outdoor publicitario. Me interesaba, y mucho, el aliento pensante de la práctica de los concretistas, cada poema exigiendo una poética que fuese una filosofía de la composición, capaz de, si parodiar a Valéry me está permitido, problematizar el todo posible del lenguaje. Mário Faustino había visto la saludable sacudida de esa práctica en la poesía brasileña, que “necesitaba desesperadamente de un acontecimiento, de un shake up”, para librarla de la pasmazón en que modorraba en la década de 1950.

Tal vez del punto de vista de Sirius la situación de una literatura que ya tenía en poesía el Duas águas de João Cabral de Melo Neto y en la ficción Grande sertão: veredas de João Guimarães Rosa no fuera tan desesperadora. Pero allí, desde la parcela de espacio-tiempo donde se encontraba el autor de “La poesía concreta e o momento poético brasileiro”, la palabra “pasmazón”, por él usada, quería significar la falta de perspectiva, de rumbo: la carencia de futuro para la poesía que acechaba en el aire, sin destino.” Pero a fin de cuentas, dirá el lector honesto, ¿qué es lo que necesita la poesía brasileña? Necesita dinero. Una estructura económica estable como cimiento. Necesita que el Brasil sea rico, que confíe en sí mismo y sea independiente en todos los sentidos”. Mário tocaba en la cuestión política que nos instaría. A los poetas, que deberían expresar “su época y su pueblo y que tenía el deber de actuar sobre ambos” “a través de una poesía verdaderamente participante, crítica y transformadora del mundo”, no podría faltar el “raciocinio utópico” dirigido al futuro. Para nosotros, la carencia de futuro era tanto de la poesía como del país. La voz generacional difusa no tardó en reclamar, en la misma década, un proyecto renovador que uniera la poesía al país.

Como nexo intelectual entre los coetáneos en mutuo intercambio, conectándolos al tiempo histórico, la voz generacional articula, para usar las categorías de Reinhardt Koselleck, el espacio de experiencia y el horizonte de expectativas de los individuos que la componen. El espacio de experiencia incluye la relación entre el presente y el pasado –de los contemporáneos con los antecesores de que son herederos, aunque también abarca, en función del presente, el acceso a nuevas ideas y formas de pensamiento. Y en ese sentido, una generación es la suma de los intereses teórico y práctico comunes que la movilizan, desde la naturaleza de las cuestiones discutidas hasta la afinidad con ciertos pensadores de los que proceden los conceptos que ayudarán a resolverlas, y que se convierten, como instrumentos de acción, en vocablos de uso corriente. Así fue para nosotros en 1960, durante el período ascendente de la nuestra, la palabra proyecto. El horizonte de expectativa se corresponde con el esbozo de futuro abierto a la acción y hecho posible por el espacio de experiencia.

Al final de la década de 1950 el presente trepidaba.  Entre nosotros se extendía más allá de la creación poética aquel “sentimiento del tiempo”, que Adolfo Casais Monteiro lamentaba que faltase a la poesía portuguesa post-pessoana, en una época en que todo estaba en juego (“Uma poesia sem problemas”, SDJB, 28 de abril de 1957). De la filosofía a la poesía, de la poesía al lenguaje, del lenguaje a la historia, de la historia a la política, todo en Brasil se problematizaba hasta la raíz: la poesía hasta la palabra, el pensamiento filosófico hasta la  existencia social e histórica, la histórica hasta las grandes causas que la mueven, lucha de clases y desarrollo industrial, la política brasileña hasta la realidad nacional. Pero el conocimiento de la raíz traía consigo el descubrimiento de la nueva solución que la época reclamaba, y en que se superaría. Nunca se usó con tanta frecuencia el sustantivo “superación” y el adjetivo “radical”. Radical era la solución concretista, superadora de la crisis del verso, radical se había tornado la Revolución Cubana, superadora del imperialismo, radical debería ser la Reforma Agraria que esperábamos superando la gran propiedad, el latifundio de extracción colonial.

¿Quién de nosotros puede olvidar la esperanza política despertada por Fidel Castro? Décio le dedicó a la Revolución Cubana una estela poética votiva, Augusto el poema cartel “Cubragramma”, y sintonizaron con el movimiento por la Reforma Agraria el Servidão de passagem (1961), de Haroldo, y Carta do solo (1961) de Affonso. Trasmití a la Semana Nacional de Poesía de Vanguardia mi entusiasmo por la escalada revolucionaria de la Sierra Maestra y las guardé asociadas en la memoria. Cuba despertó la esperanza política porque nuestro horizonte de expectativa era utópico: la renovación del arte y la renovación de la vida se correspondían, la vanguardia política y el mundo. Ambas, estética de vanguardia y revolución política, fueron los potenciales prospectivos del espacio de experiencia de una generación afectada y fecundada por la filosofía de Sartre, por la sociología de Guerreiro Ramos, por la reflexión política de Álvaro Vieira Pinto –estas dos últimas, marcos del pensamiento nacionalista isebiano, elaborado en el ISEB, Instituto Superior de Estudos Brasileiros – y por el marxismo, directa o indirectamente implicado en las tres anteriores corrientes de pensamiento.

Si no recuerdo mal, las discusiones del cónclave nos colocaron en franca oposición contra la ortodoxia estalinista del Partido Comunista Brasileiro. Nuestro frente amplio repudiaba tanto el arte dirigido de la Unión Soviética, como la idea regresiva del trabajo artístico, simple instrumento de efecto retórico en la movilización de las masas, tal como entonces practicaba, eliminando a la vanguardia estética, considerada una veleidad elitista de cuño reaccionario al servicio de la clase dirigente, el populismo de izquierda a que ya nos referimos. Equiparado así al militante simple, se exigía del artista la renuncia a su libertad para acelerar la revolución, en nombre del compromiso partidario abstracto que le impedía hacer  un trabajo artístico personal, libre y auténtico. Para nosotros, el arte sólo podría ganar alcance social y político cuando fuese arte comprometido, fruto del compromiso de los creadores, reafirmación de su libertad, resultado de una elección a partir de la situación que los enraizaba en un mundo, en una sociedad, en un país.

Libertad, autenticidad, elección, compromiso: esos conceptos con los cuales tratábamos de romper el cerco ideológico de los Zdanov y de los Lukács, y dignificar la vanguardia estética, progresista, si es que no revolucionaria, capaz de reavivar con la inventiva de las formas nuevas, revolucionarias –se repetía el “no hay arte revolucionario sin forma revolucionaria” de Mayakovski-, la “promesa de felicidad” del arte, muestran, comenzando por la posibilidad de una participación política no partidaria, garantizada por esa noción de compromiso –correlacionada a la del proyecto-, la ascendencia intelectual de Sartre sobre nuestra generación. Seguiríamos también la tendencia del existencialismo sartreano y de la fenomenología de Merleau-Ponty (estudiado después de 1960 por José Guilherme Merquior en ensayo de su autoría en el SDJB) de acercarse  al marxismo, una vez recuperada la flexibilidad de la dialéctica presa al dogma de un desarrollo uniforme que ignoraba la diferencia entre los pueblos, los contextos nacionales y sus particularidades históricas y culturales.

Hacia las particularidades históricas y culturales del Brasil se movía el pensamiento isebiano. Quería repensar la realidad brasileña con base en el postulado de ingreso del país en la fase de industrialización, considerada la vía del desarrollo por excelencia. La industrialización reunía condiciones propicias al advenimiento de una conciencia crítica proyectada hacia el futuro. Era la fase de transición de un país económicamente dependiente, de origen colonialista, con estructuras sociales arcaicas y clases dirigentes atrasadas, hacia la sociedad moderna de los productores, que tendría su mercado interno, para lo cual necesitaba elevar el nivel adquisitivo de las poblaciones rurales, aún  indigentes, al margen del ciclo de la producción y del consumo. Ideología de transición, y una vez reconocida, el “desarrollo”, generado en el período liberalista promisor de Juscelino Kubitschek, y la cual dio cuerpo a la ejecución del proyecto arquitectónico de Brasilia, anticiparía la emancipación económica. Por más gubernamental que fuese, esa ideología favoreció la movilidad de la capa intelectual, de la que los propios mandarines del ISEB dieron ejemplo, condimentando la dialéctica con la conciencia crítica, permeable a los conceptos sartreanos de libertad y compromiso.

Híbrido conceptual, mezcla de actitud valorativa y de vector teórico, la conciencia crítica posibilitaría el compromiso del sociólogo con la específica realidad brasileña, después de haber practicado, conforme enseñaba Guerreiro Ramos en A redução sociológica (1958), la suspensión metodológica, la epoché de los presupuestos de procedencia alienígena de las ciencias sociales. La suma del “desarrollismo”, escrita por el erudito Álvaro Vieira Pinto (Consciência e realidade nacional, 1960), convirtió la conciencia crítica en la dialéctica de la transición, que pienso haya sido el denominador ideológico común de los pactarios de la Semana.

La mencionada tesis universitaria de Luiz Costa Lima, Dinâmica da literatura brasileira: situação de seu escritor (1961), podría invocar la transición como momento dialéctico para que se afirmase, a beneficio de la conciencia crítica en nuestra literatura, el compromiso desalienante de los poetas y narradores con la realidad nacional. Al responder a la pregunta que se planteaba a sí mismo –“¿Podemos imaginar una vanguardia comprometida?”- al comienzo de su artículo “A poesía concreta e a realidade nacional” (1962)- Haroldo de Campos seguía la senda de la “reducción sociológica”, ya por él anteriormente invocada en “Contexto de uma vanguarda” (1960), y que se acercaría a la “devoración antropofágica” oswaldiana. Aún en 1960 estudiaba yo en un ensayo (SLJB) el cañamazo de Sartre, Crítica de la razón dialéctica, extremando el empeño de conciliación del existencialismo con el marxismo, el filósofo había terminado por convertir a aquél  en una ideología de este último, elevado al puesto de “philosophie insurpassable de notre temps”.  Una vez desaparecida la desventaja de un negocio filosófico desigual, en que la parte leonina le cupo al marxismo, el gran triunfo de la obra (“Sa pensée est dure, on aura besoin de toute une année pour la digérer”, oí decir a Paul Ricoeur al final de la primavera de aquel año) es, sin duda, el traspase de la dialéctica del movimiento de las cosas a la negatividad de la conciencia, origen de la praxis. La situación de las situaciones pasaba a ser el medio material de la escasez, donde el por sí se exterioriza actuando. Por esa forma, la experiencia autorreflexiva del sujeto en tal medio, primera condición de toda historia, estrenaría el movimiento dialéctico, que ya no podríamos separar de la conciencia de lo real ni dejar de concebirlo como un proceso de totalización, del cual la conciencia, inseparable de todo proyecto, participa activamente.

III
No refiero al azar recuerdos sueltos de una ya antigua bibliografía. Pues fue a un proceso de totalización de la poesía -, en el sentido de un proyecto condicionado por la época, y que se desata, dialécticamente, de la crisis del verso a su superación, del Coup de dés de Mallarmé al concretismo, transitando por un linaje brasileño de la nueva corriente, nunca antes levantada con tamaña lúcida osadía –que Décio Pignatari hizo remontar al “salto de la onza” de su comunicación en el Congreso de Assis. Y no sería ese dato una conexión generacional compitiendo con las grandes luminarias, las estrellas que constelan el proyecto concretista- un Pound después de Mallarmé, un Joyce después de Apollinaire o Cummings-, si la persistente influencia de Sartre no hubiese llegado hasta la concepción de la naturaleza esencial de la poesía y del compromiso del poeta, estableciendo un consenso entre nosotros a cerca de esas cuestiones. Del Mário Faustino de “Diálogos de oficina” al Haroldo de Campos de “Poesia e paraíso perdido” (1955) y al Décio Pignatari de “A situação actual da poesía no Brasil”, pasa o emerge, implícitamente admitida o expresamente citada como un referencial común,  la intencionalidad del poeta dirigida a la palabra en cuanto cosa, razón de ser del carácter intransitivo de la poesía, pariente de la pintura, y que es, en contrapunto con la transitividad de la prosa de ficción, puente de lo verbal a lo real, el primer tema del Qu´est-ce que la littérature?, de Situations II. Aunque ese tema problematiza la posibilidad de una obra poética comprometida.

Transitivo, pasando a lo real, la novela convoca a la conciencia del lector a ver el mundo y a actuar moralmente en él, conforme la ideología de que esté empapado. Y aquel novelista que sin mala fe se siente libre al escribir, y que utiliza el lenguaje a favor de la liberación general de los hombres, asegura, según Sartre, el éxito humanístico de la ficción como literatura comprometida. En contraposición, sin utilizar la palabra que él propiamente no usa sino desusa, al desgastar los significados del lenguaje corriente, al ponerlos fuera de circuito, el poeta contemporáneo, inclusive en rebelión contra la sociedad burguesa, sólo se compromete para fracasar si es, auténtico poeta, el litigante de la palabra-cosa. ¿Cómo podría entonces comprometerse el poeta de la concreción, antidiscursivo constructor de formas verbales?

Sin embargo, aún en 1957 la poesía concreta demandaba, a través de la formulación poundiana de Augusto de Campos, una responsabilidad total ante el lenguaje, que era sobre todo responsabilidad histórica y estética con el progreso de la lengua, en el sentido de su purificación; pero que también podría interpretarse como una exhortación al poeta a responder éticamente por el uso poético del lenguaje, límpido instrumento de comunicación, a costa de una constante vigilancia contra los disfraces ideológicos del discurso. Enfrentando el problema, crucial para la vanguardia estética, Pignatari, al mismo tiempo que en su comunicación de 1961 reevalúa la evolución de las formas poéticas como un proceso de totalización, vio el factor nuevo del lenguaje brasileño a través del cual ese proceso había refluido, de Carlos Drummond de Andrade a João Cabral, en el compromiso social, humanista del poeta, conseguido, diferenciadamente, merced a una polarización entre lo poético y lo prosaico.

De acuerdo con su comunicación, podría darse, y de hecho se dio, dentro de la dialéctica de éxito y fracaso, como salida, para la prosa de la poesía y la poesía de la prosa, puerta abierta a lo discursivo, aunque permaneciendo indecisa, hasta firmarse el pacto, la cuestión de la eficacia práctica, social, de la palabra poética, que daría a la responsabilidad total ante el lenguaje un sentido preponderantemente político, perdido lo ético, aunque sin perjuicio de lo estético. Allá, en el manifiesto de la Semana, se decide a favor de esa eficacia, un derivado de la creencia, presupuesto de toda vanguardia, en que poníamos fe, en la directa y efectiva actuación del arte como fuerza histórica de transformación del mundo.

Prospectiva, utópica sin mencionar la utopía, confluencia de la dirección nacionalista y de la inclinación revolucionaria internacionalista de nuestra generación, y en que todo se encamina hacia la palabra puesta en acción, esa carta de principios, más que un acuerdo entre dos grupos de vanguardia, firmaba, en verdad, un pacto generacional. El frente amplio se constituía, excluida la adopción de cualquier procedimiento o técnica en particular, sobre el reconocimiento de la necesidad de “nuevas formas y procesos” que pudiesen servir al “desenvolvimiento y avance de la poesía brasileña”. Avanzando la poesía brasileña, desarrollándose estéticamente en el plano de la invención verbal, conquistaría, de ser convenientemente vehiculada por varios canales de comunicación para distintos segmentos de público, una función crítico-creativa, trasmisora eficaz de la palabra poética en acción, apta para estimular la conciencia del pueblo a camino de su emancipación. De ese modo, la creación poética se retraducía en términos de combate: individual o colectivamente los poetas y escritores signatarios lucharían por la purificación del lenguaje, por la obtención de medios de divulgación, por la reproductibilidad artística de sus textos, considerados esos tres renglones responsabilidades sociales definidas.

Pero el principio de esa práctica de combate, la responsabilidad del poeta para con su época, se extendió en una formulación de acento heideggeriano a la cual contribuyó, a su responsabilidad ética y estética ante el lenguaje: el poeta responsable juega con las palabras un “juego extremamente serio” –como Heidegger dice en “Hölderlin y la esencia de la poesía”- mas para aparecer y revelar la realidad (dos verbos contrabandeados del mismo filósofo), en este caso la realidad nacional en que se sitúa. Comprometido en la tarea de su superación, se habilitaría, siempre depurando “las palabras de la tribu” de disfraces y encubrimientos, y así ejercitando la poesía como acto creador, a, por medio de ella, llevar al lector a tomar conciencia de sí mismo y de su existencia social alienada. Los poemas-carteles, exhibidos en el hall de la Rectoría de la Universidad de Minas Gerais en ocasión del encuentro, eran como el acto inicial de ese programa de acción. Arreglo de frases hechas de la “derecha” y de la “izquierda”, un poema-cartel de autoría de Affonso que circuló fuera de esa exposición, comenzaba con la conocida proclamación reaccionaria de Antônio Carlos en 1830:

Façamos a revolução! Antes que o povo a faça
antes que o povo à praça
antes que o povo a massa
antes que o povo na raça
antes que o povo A FARSA.

Por una ironía de la historia, siete meses después de la firma del documento que consustanciaba el pacto, la frase hecha, y no la límpida palabra de la tribu, produciría su efecto: el golpe militar de 1964, bloqueando el horizonte de expectativa de nuestra generación. La farsa política que rima con faça [haga] en el poema de Ávila se anticipó a la revolución posible. La primera nos trituró; pero si la segunda se efectúa, creo que nos rechazaría, ante des triturarnos. A la decepción consecuente al trauma político del cierre interno, le siguió la decepción ideológica, después de la invasión de Checoslovaquia en 1968, con el descubrimiento del poder aplastante de las llamadas dictaduras de “izquierda”. No bien ingresé en la edad madura, comencé a repensar –y creo que otros también lo hicieron- el fundamento de nuestro proceso de totalización, con un fin previsible, revelado a través de la misma dialéctica totalizadora consumada en la acción revolucionaria, que fue la base filosófica de la práctica combatiente establecida en el manifiesto.

Pero nuestro proyecto vanguardista sólo pudiera alcanzar la dimensión estético-política que a esa práctica le fue atribuía porque fue, en esencia, un proyecto de la modernidad artística. A partir del romanticismo, y particularmente del romanticismo alemán, la modernidad genera la vanguardia, anticipadora de su perpetuo cambio. No obstante, se puede decir en esos  últimos treinta años, el cambio, como en el verso final de Camões en epígrafe, “não se muda já como soía”. Y si, en palabras de Habermas, la modernidad es un proyecto inacabado, y así, de la misma forma, inacabada es la vanguardia a él inherente, nuestro proyecto, que cambió –a medida que, transformado el mundo a nuestro alrededor por la ratio productiva de la civilización tecnológica, también se alteró el espacio de experiencia de la generación a que pertenecemos-, no habrá acabado del todo, como demuestra el trabajo poético de los dos arquitectos del encuentro aquí hoy conmemorado. Affonso Ávila y Haroldo de Campos, que continuó siendo fecundado, después de 1964, sin otro compromiso que no sea con la condición humana, y sin la urgencia del misionerismo participante, por la conciencia crítica y por la responsabilidad ética y estética ante el lenguaje.

IV
No podemos evaluar los resultados de la Semana tan sólo a los ojos de sus principios y proposiciones ideológicas y teóricas, la mayoría de las cuales apoyada en creencias que perecieron. Llegó a su fin la confianza en la marcha progresiva de la historia; acabó la fe en una final resolución utópica de las contradicciones, que conciliaba el nacionalismo desarrollista, moderno como modernización, con el internacionalismo de la revolución proletaria, y en el mismo orden de idas, también acabó la preeminencia unidireccional del futuro, poniendo en receso a la vanguardia estética programática y grupal. Y puesto que al miso tiempo se extinguió la creencia en la eficacia de la palabra poética en tanto medio de movilización política o de práctica social libertadora de los individuos, lo que deja en suspenso la vigencia del programa de acción establecido por el documento de 1963, revocado estaría ahora, también, el pacto generacional si el fermento de nuestra vocación vanguardista, la conciencia crítica y la responsabilidad para con el lenguaje no funcionara más, aunque en una escala de producción más reflexiva, más abarcadora y menos preocupada con la comunicación inmediata, sobre la masa del poema.

Tanto en Affonso como en Haroldo, que cortejando el futuro redescubrieron sus afinidades con el pasado barroco, la conciencia crítica, ironizada en 1964 por la historia en tiempo de farsa, ironiza la historia: burla y logro, juego de cartas truncadas, exhibiendo, de Código de Minas a Cantaria barroca (1975), los residuos-naipes de la mineiridad; laberinto, tela y telar de múltiples y pequeños efectos en ese memorialístico Galaxias de 1976/1984 (sus primeras matrices datan de 1963), escrito en lucha contra el tiempo, en y para el “eldorido feldorado latinoamargo”. Pudor de lo obvio, sentido de las invenciones y malversaciones de las palabras, fragmentadas y truncadas de manera lúdica, marcan la responsabilidad primero, que “desestructuró el discurso y embarajó las letras/ […]”, en el uso del lenguaje, que el segundo expande, juego serio, en el continuum verbal, versiprosa, de aquella obra suya.

En vano Affonso se aconseja, en “Morte da memoria pessaol”, a

não olhar para trás para o através
o atravessando o transitado o transcorrido [...]

El homenaje que hoy se le rinde a ese autodifamador “doctor en ciencias ocultas y  letras borradas”, heredero del sarcasmo de Drummond, convertido en risa burlona, y de la forma tensa, resbalosa, cabralina, convertida, de Cantaria barroca a O visto e o imaginado (1990) es un homenaje a la poesía brasileña moderna y a su vanguardia, que en él persiste, inacabada e inacabable. ¡Alerta, poeta, lo transcurrido no te tragó!

[Benedito Nunes, A clave do poético, São Paulo: Companhia das Letras, 2009, pp. 174-185].

Traducción de IMA